CRÍTICA DEL SEXTO SENTIDO

 

 

 

 

Tengo de mi primera infancia un recuerdo que el tiempo poco a poco ha puesto en duda, al punto que me pregunto ahora si se trata de una anecdota real o de un sueño más tenáz que otros.

Era la primera vez que mis padres me llevaban al cine. El título de esa película itatliana que se hizo famosa, y que yo he vuelto a ver, me indica que yo no tenía entonces más de cuatro años. En una de las tardes del año en que anochece lo más temprano, mi madre me tenía de la mano en el hall desierto del cine mientras mi padre compraba las entradas. Entramos en la sala por la parte de abajo, delante de las primeras filas de butacas, cerca de la pantalla. En realidad no entramos por completo. Tenuemente iluminada como de costumbre antes de las funciones, la sala estuviera totalmente vacía si no fuera por una persona, una sola, sentada en la penúltima fila, un poco a la derecha de la pantalla. Me figuro y creo todavía que es un hombre, sin embargo sólo lo he visto en aquel momento, al entrar en la sala, y había entonces, delante de su cara, una cámara polaroid que tapaba totalmente sus rasgos. Él o ella está tomando desde el fondo de la sala una instantánea de las butacas y de la pantalla vacías. Al verlo, mi madre y yo nos detuvimos en el marco de la puerta. Luego un flash y el ruido eléctrico del cliché deslizándose fuera de la cámara, mi padre que no tiene tiempo para preguntar por qué nos detuvimos, que probablemente ni lo notó, tan breve fue, y entramos, nos instalamos. Creo que algunos espectadores adicionales llegaron antes del principio de la película.

Se me hizo tan largo este instante en que nos quedamos en esta puerta, descubriendo esta amplia sala cuyo único ocupante tomaba una foto del desierto que nos disponíamos a poblar, a suprimir ; me parece que se alargó tanto este mero paso suspendido en este umbral que hoy aún lo recuerdo con precisión ; con el calor de la mano maternal alrededor de la mía, la picazón de mi bufanda (verde) sobre mi cuello, la sensación de calor que empezaba a molestarme un poco... Aquellos colores, texturas, sensaciones, me incitan a pensar que verdaderamente he vivido esa  escena : en principio estos elementos no están presentes en los sueños, y en todo caso no marcan tanto la memoria. No obstante, lo insólito de la situación, el hecho de que no me acuerde en lo absoluto de los rasgos del fotógrafo mientras recuerdo tan bién su ubicación y la disposición de las butacas en la sala – cierto que todas las salas se parecen. Pero ¿ por qué una sala vacía ? ¿ Las películas donde los padres llevan a los niños no atraen más bien a un publico jóven y sobre todo numeroso, por los acompañantes ? Desde luego, tomando en cuenta el lugar y la época, mis padres eran de los pocos susceptibles de desplazarse por una película italiana. Y de manera confusa imagino las razones que podían tener para no confiarme a una niñera desconocida.

Mi razón oscila entre tantos argumentos sin que la memoria le proporcione ayuda alguna. Sólo el instinto me indica que aquel recuerdo tiene consistencia de lo vivido. ¿ No la tienen también algunos sueños ? Por mi parte no conozco tales sueños. Entonces ¿ por qué esta duda ?

 

¿ Cómo, en fín, explicar este correo encontrado hace dos días en el fondo del baúl donde cabe todo lo que me queda de mis padres, y que el gobierno me entregó en el momento de mi liberación ? El sobre contiene una carta y la foto polaroid de la sala vacía y de la claridad mate de la pantalla. Junto a la oscuridad de la puerta de entrada los reconozco : mi madre con la cabeza alzada hacia el fotógrafo, y mi padre, no detrás de ella como yo siempre lo había pensado, sino a su izquierda, y tanto es así que entre los dos ocupan lo ancho de la puerta. En cuanto a mi debo estar allí, levemente más adelante, pero una butaca tapa las piernas y la cintura de mi madre, hasta la altura de su antebrazo. ¿ No era algo más alto que eso a los cuatro años ? Escruté la oscuridad del cliché alrededor de aquella puerta, procuré ver algunos cabellos que rebasaran de aquel sillón, imaginarme detrás de él, y no puedo concluir. Puedo estar ahí.

La carta empieza por esta frase extraña entre todas : “ Por mi bien, el suyo y el de su niño, mi más profundo deseo es que no vaya más lejos, que no lea ni una frase más.” Siguen seis hojas cubiertas de ambos lados de una escritura fina en tinta azul. Doce páginas llenas desde sus primeras palabras de la conciencia de no ser sino peligro y de la esperanza de no ser leídas jamás ! Entonces no he seguido, para satisfacer aquel apremiante deseo de un desconocido y por temor a no encontrar, de todas maneras, respuesta alguna a mis preguntas.

 

Ayer quemé todo. Era la unica solución : espero así adquirir algún día la convicción de haber soñado.